No puedo imaginarme un mundo sin libros. Mucho menos podría imaginarme un mundo sin escritores ni lectores. Escribo desde los nueve años. Me inicié tan temprano en la escritura cuando me regalaron, por mi noveno aniversario, una edición de lujo de “Las mil y una noches”. Ése libro fue, definitivamente, mi mejor motivación. Entonces hacía uso de cuadernos y lápices. Poco después recibí una máquina electrónica de escribir. Me volví más creativo con el nuevo artilugio. Escribía durante las noches, y en cualquier momento de intimidad cuando mi familia se ausentaba de casa. Desechaba páginas enteras al percatarme de un error. No me permitía a mí mismo una redacción con tachaduras. Hoy pienso en lo poco ecologista y economista que fui. Redactaba, precariamente, pequeñas historias del barrio, las vivencias de mi larga familia o relatos que escuchaba de mi ángel. En algún momento comencé a escribir sobre temas más importantes de los que no me atrevía a hablar con nadie. Tras la muerte de mi ángel, ya no tenía a quién contarle mis inquietudes, mis sentimientos, mis frustraciones. ¡Tenía tanto que gritarle al mundo! Comprendí que escribir era mi mejor manera de protestar, que no necesitaba psicólogos ni un sacerdote confesor. Me atreví a hacer críticas hacia el gobierno de turno en Venezuela, escribí un manual de cómo debía revelarme en contra de mis padres. De pronto, sin darme cuenta, debatía conmigo mismo, a través de la literatura, de temas más trascendentales como religión y sexualidad. De ninguna manera debatiría esos contenidos con alguien, ni siquiera con mis amigos más íntimos. Formulaba las preguntas y daba las respuestas. Sentía lo grandioso de escribir. ¡No había nadie que me censurara! Lamentablemente, reincidí muchas veces en cometer un crimen, un terrible crimen literario. Asesiné vilmente a mis cuadernillos llenos de relatos después de darles vida. ¿Por qué cometí tantas veces el mismo crimen? ¡Porque me daba vergüenza y miedo que leyeran lo que pasaba por mis pensamientos! Si pudiera recuperar cada escrito mío, por muy breve que fuere, sabría hoy con certeza cómo fui evolucionando, o involucionando, como ser humano, sabría exactamente en qué momento de mi vida surgieron mis muchas discrepancias respecto a las religiones. Durante mucho tiempo me castigué a mí mismo por la cobardía de crear relatos y hacerlos desaparecer. Un buen día acepté que no podría devolverles la vida a mis relatos de antaño. Me armé de valor y decidí que nunca más me censuraría. Usaría las letras para manifestarme sin temor a la crítica o al rechazo. Emprendí el camino hacia el destino más avasallante: la industria editorial de la que depende la literatura. Soy el feliz padre de catorce novelas, cuatro novelas cortas, tres relatos breves y cuatro microrrelatos. Gané en el año 2010 el Premio Odisea de Literatura con la novela “Barsexlona”. Quedé finalista en el III Concurso de Relatos Cortos Sociedad Española de Neurología `Historias de Noche´ con el relato “Morfeo, el Club de los Insomnes”. Actualmente está a la venta mi novela “La Princesa Tuerta de Asturias” y, próximamente, se lanzará “Capdimoni, el origen de los vampiros”. Mientras exista el mundo, existirán historias que contar.